viernes, abril 27, 2007

Conciencia sancionatoria


Por Hilde Adolfo Sánchez F.
Pininos y Zancadas
Desde niños oímos clasificar las acciones, propias y ajenas, en malas o buenas. Muchos años deben transcurrir para que empecemos a encontrar en nosotros, la bondad o maldad de nuestras acciones. La diferencia entre nuestra externalidad o internalidad comienza a apoderarse de nosotros. La responsabilidad y la culpa, como efectos de algunas sanciones en nuestras vidas comienzan a anidarse en nuestras conciencias.

Al niño le basta la aprobación de sus padres y de sus maestros. Cualquier cosa que haga estará buena o mala si ése ha sido el criterio de sus mentores. Es triste encontrarnos con “adultos” que jamás se han planteado dignamente la aprobación o rechazo de alguna acción; “si algo es útil, está bien; si recibo algún beneficio, aunque se perjudique a otro, está bien; si me produce placer, lo debo considerar como bueno”. Lamentablemente todas las razones nombradas no son suficientes. Si me produzco algún daño o si le produzco daño a otro comienzo a dudar de suficiencia de criterio para discriminar entre el bien y el mal; cuando esa insuficiencia es demostrada, probablemente mis mentores fracasaron y la sociedad debe actuar.

Como los niños, el adulto sin conciencia de responsabilidad, actúa sólo cuando teme la posibilidad de ser castigado; no puede temerle a su conciencia porque “carece” de ella. ¡Cuántas niños poseen más conciencia que los adultos hasta que sufren de “castración educativa”¡ La axiología no sólo trata de los valores positivos, sino también de los valores negativos, analizando los principios que permiten considerar que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de tal juicio. Cuando los presos de Uribana manifestaron su disposición de linchar al asesino de San Vicente, sencillamente encontraron una distancia entre lo hecho por el monstruo y lo que los llevó a la cárcel (con mis disculpas para aquéllos que no debieran estar allí). Pero resulta que las lágrimas que han causado se justifican ahora, y ante la presencia de este horrendo crimen, se logró una buena excusa para convertir en ángeles a quienes probablemente están allí porque la sociedad consideró que no habían demostrado responsabilidad íntima en sus acciones.

Conciencia, en el uso moderno, es un término que denota varios factores esenciales en la experiencia moral. Así, el reconocimiento y aceptación de un principio de conducta obligada se denomina conciencia. En teología y ética, el término hace referencia al sentido inherente de lo bueno y de lo malo en las elecciones morales, al igual que a la satisfacción que sigue a la acción considerada como buena y a la insatisfacción y remordimiento que resulta de una conducta que se considera mala. En las teorías éticas antiguas, la conciencia se consideraba como una facultad mental autónoma que tenía jurisdicción moral, bien absoluta o como reflejo de Dios en el alma humana. Esto rompe con el válido principio jurídico de “inocente hasta que se pruebe su culpabilidad” para administrativamente enviar a alguien a la cárcel; sin embargo la culpa (la no inocencia) debe aparecer en el instante inmediato a la falta (o antes de cometerla). La sanción debe surgir en la conciencia, en la intimidad individual (aun cuando sólo yo lo sepa). Entendida la sanción como pena que una ley o un reglamento establece para sus infractores o como la autorización o aprobación que se da a cualquier acto, uso o costumbre. Así, la sanción es premio y castigo; es el efecto inmediato a nuestras acciones. Al “tragarnos una luz” o lanzar basura en la calle podemos recibir un castigo de remordimiento o una sensación de bienestar al hacer lo contrario. La sanción es íntima. Si carecemos de conciencia, podemos esperar que nadie nos haya visto y “no ha pasado nada” o podemos recibir una multa si algún funcionario se ha percatado de nuestra mala acción con la que dicho funcionario estará tentado a cumplir dignamente su rol o sin temor a las sanciones íntimas o externas resolver sus problemas pecuniarios y premiar a quien haya sido meritorio de algún castigo ejemplar.

Nos molesta la corrupción la cual se ha limitado a cambiar el color de la gorra, pero seguimos creyendo que esa corrupción no está a nuestro alcance cuando vemos como normal el robo de los servicios públicos, la deshonra a los compromisos crediticios, el no cumplimiento de la palabra empeñada, el aprovechamiento de la mínima oportunidad para declararnos abiertamente como delincuentes antes que como santos, el considerar ridículo a quien hace el bien y declarar como héroe de la viveza criolla a quien actúa como vulgar delincuente. No soportamos la basura, pero lanzamos por las ventanillas de nuestros autos cualquier porquería y con cubiertas de caramelos, animales muertos y escombros tenemos convertidas en porquerizas calles y carreteras de nuestros pueblos, de nuestras ciudades. Sólo aceptamos veredictos de jueces cuando nos complacen, aun cuando nuestra conciencia nos lo reproche.

¿Que no se debe formar conciencia? Por su puesto que sí. De existir esa conciencia no se habrían presentado los destrozos de los liceos de la avenida Libertador de Barquisimeto o la cadena de homicidio en nuestros barrios y comarcas. Sin pretender excusar a los organismos de seguridad, los cuales, por culpa de algunos delincuentes que se camuflajean con sus uniformes, tendría que utilizarse a un agente detrás de cada ciudadano para evitar la mayoría de los delitos que diariamente se cometen. Si no hay conciencia, no hay manera exitosa para que un empresario evite que sus empleados se roben los inventarios o produzcan daños irreparables a las empresas o un empleador explote inmisericordemente a probos trabajadores.

Como ejemplo, observemos la solicitud de pasarelas en muchas comunidades por la gran cantidad de víctimas de choferes inescrupulosos; al instalar el pasadizo para frenar las manifestaciones de protesta, sólo se logrará el uso adecuado de dichas pasarelas con la ubicación de un policía para que obligue a los peatones a beneficiarse del solicitado servicio. ¿Cuántos padres dudan pero no se atreven a preguntarles a sus hijos por la procedencia de juguetes, aparatos, artefactos para garantizar el respeto a la propiedad privada y la creación de conciencia contra la envidia y contra el deseo de bienes ajenos? Durante muchos años la “carnetocracia” fue suficiente explicación de la “inocencia” de famosos delincuentes; ojalá que el carnet del legítimo nuevo partido único no sea la balanza de inclinación de la justicia con los delincuentes que horadaron, horadan y seguirán horadando las arcas de la nación.

pininosyzancadas@gmail.com

Hilde Adolfo Sánchez F.

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