domingo, junio 17, 2007

Sí puedes hijo, adios.




"Nos preocupamos por lo que el niño será mañana, pero se nos olvida que ya es alguien hoy"




Nuestro invitado, Jesús Antonio Rodríguez U., es Medico Cirujano (SAS: 13.705 - Colégio Médico del Estado Lara: 726), egresado de la Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado” (Barquisimeto, Venezuela). Su dilatada historia académica, profesional, laboral y gremial, incluye, entre otras actividades y aportes, al Hospital Central “Antonio María Pineda” (Barquisimeto), la Junta Directiva de la Sociedad de Internos y Residentes de dicho centro hospitalario, haber sido fundador y Director Médico del “Centro Clínico Miranda” (Barquisimeto), Director Médico del “Grupo Médico Canaima” (Barquisimeto), de la Sociedad Venezolana de Medicina General “Sovemeg”, Coordinador de Educación Médica Continua Del Colegio de Médicos del Estado Lara, Además es autor del libro "Mis Conversaciones con Barquisimeto" y tiene en imprenta “El Retorno del Médico de Cabecera”. Asimismo es Fundador y colaborador de La Revista “El Médico General” y es Columnista del Diario “El Impulso” (Barquisimeto) desde el año 2004.

En este artículo, que luce más como un ensayo, relatado en tiempo de prosa, de filosofía y psicología, nos dice Jesús Antonio:

Una vez me encontré un pajarito color rojo con tonos amarillos y azules, que iniciaba sus primeras experiencias de volar. Yo tenía unos ocho años, acababa de cruzar la puerta de mi habitación, el pajarillo trataba desesperadamente de salir.

En varias ocasiones me había encontrado abejas o polillas encerradas en mi casa y siempre las había atrapado para luego dejarlas ir. Pero este hermoso pajarito me deslumbró, era de un color que nunca antes había visto, un rojo, como un atardecer, con visos de colores que brillaban con el sol, lo capturé y lo sostuve entre mis manos.
¿Qué hace un niño con un pajarito color rojo? Tomé una caja de zapatos, la llené de pasto, le puse una tapa de refresco con agua e instalé allí mi pajarito. Naturalmente murió. No es posible aferrarse a las cosas mucho tiempo, hay que dejarlas ir. Tiré la caja de zapatos a la basura, y, muy triste, sepulte el pajarito en el jardín.
Aún hoy, constantemente me siento dividido entre mi deseo de aferrarme a las cosas y mi deseo de soltarlas. Recuerdo la tarde en que mi hijo Alfredo anduvo solo en bicicleta por primera vez. Había empezado yo a enseñarle, al comenzar las vacaciones escolares. Le quité las pequeñas ruedas laterales a la bicicleta, pero él insistió en que yo sujetara el manubrio y el asiento mientras corríamos por la calle.
–Te voy a soltar un segundo, hijo. -¡No!- suplicó Alfredo. Quizá algún día, Alfredo sea abogado o ingeniero, o cantante. Tal vez haga un descubrimiento, o tenga una hija. En todo eso pensaba yo mientras zigzagueábamos alrededor de la manzana. Alfredo no tardó en aprender a pedalear, mientras yo sujetaba su bicicleta, su cabeza y su cabello oscuro casi me rozaba la mejilla.
Luego de algunas semanas, Alfredo aceptó que soltara yo el manubrio, pero no la parte posterior del asiento. –No me sueltes Papá- Pasaron los meses. Las lluvias habían comenzado, practicábamos cada vez menos tiempo. Mi trabajo, sus clases. Acabé por colgar en un clavo la bicicleta de Alfredo. Vino la navidad y las gaitas y cuentas altas para pagar deudas y regalos, y de pronto, unos días de calor. Era un día domingo, –Violeta- le dije a mi esposa, cuando desperté -¿Oyes cantar a ese pájaro? -Es un cardenal- Violeta y yo seguimos escuchando, abajo los niños veían televisión. Después del desayuno, encontré a Alfredo tratando de descolgar su bicicleta. Entré y le ayudé a hacerlo. Se montó de un salto, y lo conduje por el camino de grama que lleva a la calle. Le di un empujón. Alfredo gritó: -¡Suéltame papá!- Vacilo un poco, se bamboleó, se hecho a reír y empezó a pedalear, mientras yo lo observaba. Sentí deseos de correr hacia él, de sujetar el asiento de su bicicleta, de sostener el manubrio, de sentir su cabello oscuro contra mi mejilla. Pero en vez de ello, grité: -¡Pedalea, Alfredo! ¡Pedalea! Y luego aplaudí. No tiene sentido aferrarse a un pajarito rojo con visos de colores que brillan al sol, o a un hijo. Les va a ir bien a solas. Basta con soltarlos. ¡Sí puedes hijo, Adiós!...
- Absolutamente todos los recién nacidos vienen a este mundo con todo su equipo de navegación completo.
- Aunque sólo uno más entre los millones que concibió la bondadosa naturaleza, nuestro niño es único en su tipo.
- Nacido para la perfección, pero sobreprotegido y empaquetado en cuerpo y alma.
- Nacido para ser él, pero criado para ser nosotros: he ahí su castigo.
- Debemos dejar que nuestros niños crezcan y puedan ser ellos.
- Sí, los niños se parecen muchísimo a la gente y debemos dejar de cuestionarlos.
- Nuestro niño, a los seis años, es conducido a la escuela, donde le decimos lo que no sabe.
- Le decimos lo que hemos de decirle, y entonces se lo decimos, y luego, le decimos que se lo hemos dicho.
- Nacido para crear y no para atragantarse, se enmohece prolijamente en su pequeño pupitre.
- Nacido para pensar sus pensamientos, debe amoldarse a los nuestros y convertirse en un robot obedeciendo órdenes.
- Que nuestros niños crezcan y descubran por sí mismos que los verbos no son sustantivos!
- Sí, los estudiantes se parecen mucho a la gente, y debemos dejar de oprimirlos.
- Llega la graduación, el muchacho está encaminado, ¡es un ser humano!
- Pero sólo habrá dos horas por día en las que no servirá a alguna máquina.
- Nacido para relacionarse, su vida es ofrecida desde muy temprano a la manipulación.
- Nacido para hacer su cosa, pero haciendo la cosa de los demás, pocas cosas puede decir.
- Dejemos ir a nuestros hijos crecidos, dejémoslos
- Sí, nuestro hijo se parece a un pajarito, de colores, que quiere volar: ¡Dejemos que abandone el nido!...
Jesús Antonio Rodriguez U. Jesusantonio171@hotmail.com